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Elena Bolaños es una metralleta teatral, una atleta malabarista quien, con su obra Insomnio, ne me quitte pas el sueño, volverá a llenar sin duda hasta el próximo domingo la Sala La Fundición hispalense.
Lo que desea transmitir Bolaños es la búsqueda de la felicidad de Irene, personaje al que encarna: una treintañera recién estrenada que transporta con esfuerzo y desesperación clownesca la carga de su soltería -Carlos, su amante, la ha abandonado- amén de sus sueños remotos o incumplidos.
De hecho, el delicioso cuento sin duda está ahí, vertebra la función, la encamina con éxito hacia un colorín-colorado que tanto alegra -ya verán que su príncipe no es de color azul…; sin embargo, lo que deja particularmente atónito es la habilidad de la actriz por ir engarzando la tríada palabra-acción-intención con un martilleo sugerente en la memoria colectiva del auditorio: todos conocemos a una Irene, todos conocemos y somos cómplices del mundo de Irene, de sus programas o películas favoritas, de sus personajes favoritos y sobre todo de su sueño favorito: ser feliz. Esta es la cruzada del personaje. Con tal de que Irene encuentre el Santo Grial, Bolaños convierte el escenario en un melodrama de los años 40, en el musical doméstico del Mago de Oz o en un diálogo desternillante entre Irene y su mano al puro estilo Ionesco.
Cuando se la visita en el camerino, la actriz sigue sin perder la risa tras la función y sus ojos siguen ametrelleando de ilusión a quien los mira. Ella afirma que se lo pasa genial tras el maratón en el que acabamos de verla, que si no es así, no tiene razón de ser lo que acaba de hacer, que todo es jugar; y que cuando se le pregunta por dónde empezó todo ese muestrario de recursos teatrales, su andamiaje para su perorata por estar en vela, te explica que todo ha sido fruto de un trabajo exhaustivo de improvisaciones hasta exprimirlas para presentar y representar la delicatessen que nos presenta y representa.
Incombustible, la atleta Bolaños sigue contagiándote la pasión por su juego con la palabra, por cómo recurre a lo que ocurre cada día para ir renovando y aderezando su monólogo nocturno. Su disparate con la escenografía bien podría ser el manual titulado “Cómo hacer teatral desde una cama a una botella de agua mineral y no morir en el intento”. Si lo escribiera, yo lo compraría.
Derroche de humor -agrada las tardes que nos ofrece La Fundición para evadirnos y reírnos con buen Teatro; derroche de ingenio -el cómo se potencia el elemento en escena sin caer en lo trillado o ceremonioso; y por último, el derroche de energía vital a pesar de la tragicomedia -la actriz se vale de su cuerpo y su voz/su bululú, para catapultar su mensaje aparentemente naif pero profundamente cierto.
Derroche puro. Fuera y dentro del escenario. Como debe ser.
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